Texto: Manuel Madrid Delgado
(publicado en www.cruzdeguia.org)
UN ENCARGO SINGULAR.
Hace unas semanas, Eugenio Santa Bárbara me advertía: “Tengo un encarguillo para ti”, sin más. Misteriosamente. Sólo unos días después me dijo que quería que realizase la crónica del Pregón de la Romería de la Virgen de Guadalupe de 2010… que él iba a realizar. Reconozco que, de entrada, el encarguillo no fue plato de mi gusto: “Vaya, ahora tendré que asistir a uno de esos actos cofrades de relleno que tan poco me gustan.” Pero luego, conforme pasaban los días iba pensando que por qué no, que aquello, en realidad, no sería un pregón cualquiera, un pregón más: se trataba de ir y escuchar lo que Eugenio tenía que contar, y luego pasar mis impresiones a un papel. Y yo mismo me fui convenciendo de la bondad de asistir al Pregón de Eugenio: porque conforme pasaba el tiempo, estaba más y más convencido de que Eugenio tenía algo que decir, porque siempre tienen algo que decir las personas convencidas de sus ideas.
Y llegó, cuajado de primaveras y soles y vencejos, el domingo del Pregón.
Me gustan estas tardes azules de la primavera, que siempre tienen una condición oculta de víspera de algo: víspera de Semana Santa, víspera de Romería, víspera de paseos para “ir a ver a la Virgen”, víspera de la vida que estalla. Lo pensaba ayer, mientras iba calle Nueva arriba, camino del Hospital de Santiago. Al subir la lonja, ya estaba convencido de que la tarde olía a Virgen de Guadalupe… porque, ¿a qué huele la Virgen de Guadalupe, a qué huele todo eso que la Virgen convoca en nosotros? Tal vez a la emoción que se notaba en los ojillos vivaces de Eugenio, en el patio grande del Hospital, mientras recibía saludos, ánimos y era fotografiado. Tal vez al gesto solemne de su hijo Jesús, que ayer sentía que su padre era no un personaje sino una persona importante. Pero sobre todo, la Virgen de Guadalupe huele y sabe y convoca en nosotros todo aquello que Eugenio desgranó, minutos después, en su Pregón.
LA PRESENTACIÓN DE MARCOS E. MORILLAS
El viernes por la mañana, Marcos Expósito había estado charlando un rato conmigo en el Ayuntamiento –cosas de director desocupado, claro– y me comentó: “dile a Eugenio que te estoy leyendo la presentación”. Para entonces no la tenía ni escrita, pero yo le dije a Eugenio que Marcos lo ponía por las nubes y que al terminar iba a tener que darle un beso en los morros. Y Eugenio, que conociendo como conocemos a Marcos se temía lo peor, me dijo que le pidiese que se tuviese, que se contuviese. Pero Marcos E. Morillas, el forero de cruzdeguía que siempre tiene un acertado comentario, es un tipo serio que sabe estar. Y supo estar en la presentación del Pregonero.
Para cuando Marcos comenzó a hablar, su mujer ya había tenido que coger en brazos a su hija, que gorgojeaba a mis espaldas, y tuvo que pasearla un rato por entre los laterales de una antigua capilla del Hospital de Santiago cuajada de público. Y es que fueron muchos los que acudieron a escuchar a Eugenio en un medido acto organizado por la Archicofradía de la Virgen de Guadalupe, que no escatimó en detalles y guiños guadalupanos para la ocasión.
Marcos, que comenzó su presentación haciendo referencias a Lola Flores –Marcos y sus cosas–, dejó claro que para él era sobre todo un orgullo presentar a Eugenio y dijo estar convencido de que Eugenio lo había escogido para presentar este Pregón para cumplir con él, reservándose a alguien de más postín –“ de magistrado para arriba”– para el Sábado de Ramos en que tenga que pronunciar su Pregón de Semana Santa. (Como suele ocurrirnos, Marcos y yo estábamos de acuerdo: sería un gesto de sensatez de la suma autoridad cofrade que Eugenio pregonase la Semana Santa.) Pero él, Marcos, no se sentía minusvalorado, porque el Pregón de la Romería es importante por sí mismo: muy pocos pueblos pueden presumir de pregonar una devoción y una historia que tiene más de 625 años de historia. Y así, con su verbo fluido –y veloz: el presentador quería pasar rápida y discretamente por el escenario y lo consiguió, lo que hace de su presentación una presentación ejemplar– fue desgranando el currículum no tanto profesional cuanto moral y personal de Eugenio Santa Bárbara. No voy yo aquí, claro está, a repetir todo lo que Marcos dijo, porque en realidad tampoco llegué a enterarme de todo: mientras Marcos hablaba yo me reafirmaba en la idea de que Eugenio Santa Bárbara es, sobre todo, un hombre íntegro, esto es, una persona de una pieza. Maestro ejemplar, esposo ejemplar, padre ejemplar –y ejemplar, no confundamos, no significa “perfecto”, sino digno de ser imitado o seguido–, cristiano valiente y comprometido, sin complejos, persona inclasificable ideológicamente, independiente. Y todas estas cosas, que en boca de otros presentadores suenan a adulación de amigos o a cosas que tienen que decirse por puro compromiso, en boca de Marcos y referidas a Eugenio suenan a algo sinceramente cierto, inevitablemente cierto: Eugenio es como Marcos dijo que es.
No en todo –era de esperar– podía estar de acuerdo con Marcos. Llevaba razón cuando afirmó que Eugenio y su mujer forman una pareja admirable, y que el mejor ejemplo de eso es la manera en que han educado a sus hijos. Pero erraba el presentador al decir que la mejor muestra de esa esmerada educación que han dado a sus hijos es que Jesús, el pequeño, quiere hacerse cofrade de la Santa Cena… si quisiera hacerse hermano de Jesús Nazareno, pues sería otra cosa… ¡pero de la Santa Cena, que hasta le han quitado el foco verde a Judas! “Pero hombre, Marcos, un poco de seriedad”, pensaba yo mientras Vanesa volvía a la butaca con Ana Pilar ya más calmada y sonriente y mientras Marcos terminaba su presentación, y el auditorio aplaudía y Eugenio, lentamente –con la lentitud del que se sabe abrumado de responsabilidades– subía al escenario y él y Marcos se abrazan sobriamente, sinceramente, sin esas efusiones que ahora tanto se llevan y que tan postizas parecen. (Y mientras Marcos Expósito Morillas bajaba del escenario, Eugenio comenzaba a saborear la soledad del pregonero, el momento solemne de quedarse solo, de comenzar a tragar saliva para que la garganta no se reseque, para que no fallen los músculos o los nervios: durante todo el Pregón tuvo el gesto contenido, no sé si de nerviosismo tapado con una falsa seguridad o con un aplomo conquistado con cada frase desgranada, y no abrazó el atril: cruzaba los brazos en la espalda o sobre el pecho, como si más que un Pregón dirigido a la Virgen de Guadalupe nos diese una lección de maestro en esencias del Gavellar.)
UNA VIDA ATRAVESADA POR LA VIRGEN
Eugenio es un buen orador porque tiene el verbo certero, la palabra segura y exacta con la que excavar en el fondo de las emociones que afloran, necesariamente, en todo pregón: él, que le dedicó el suyo a Ana, a quien la Virgen de Guadalupe puso en el camino de su vida un 1 de mayo de 1975, se definió como indómito e imprevisible y anunció que el suyo sería un pregón alegre y festivo, para animar a los ubetenses a ir a por su Virgen hasta Guadalupe y traerla a Úbeda en un cortejo de felicidades. En el fondo Eugenio sabía –sabe– que en cada palabra de un pregón como el suyo de ayer se convoca una nostalgia, si quiera la melancolía de las felicidades idas en las romerías pasadas. Pero él –sabio y comedido en las emociones, contenido en la felicidad para expresar mejor la añoranza de la vida que pasa– supo conjugar con maestría esas dos dimensiones imprescindibles de la Romería de la Virgen de Guadalupe: la necesaria alegría, la imprescindible panoplia de recuerdos.
Eugenio quería ofrecer un Pregón alegre, festivo, y lo consiguió. Pero como dijo al principio “cada devoto de la Virgen lleva un pregón clavado en el fondo de su corazón” –allí, cierto es, cada uno tenemos nuestras alegrías de mayo, nuestros recuerdos de mayo–, y lo que tiene que hacer el Pregón oficial, es cuajar un intento para que salgan a la luz esos sentimientos íntimos de miles de ubetenses: el Pregón tiene que ser el punto de encuentro de todos los pregones particulares, una especie de comunión de sentimientos de los ubetenses guadalupanos. ¿Consiguió Eugenio concitar en su Pregón nuestros pregones…?
Autodidacta de la devoción a la Virgen de Guadalupe, comenzó el pregonero a bucear en sus memorias, que lo llevaron hasta una casa en la que la Virgen de la Cabeza concitaba todas las devociones y en la que la Virgen de Guadalupe parecía no ser más que la vaga referencia de un pueblo adoptivo para la familia de Eugenio. Pero él, niño inquieto, quiso indagar en la esencia de un pueblo que era el suyo y así conoció “a Guadalupe”, una mañana de mayo, en la vieja capilla del Hospital de Santiago. Convencido como dijo estar de que la Divina Providencia supervisa y socorre los asuntos de los hombres, es fácil imaginar a aquel niño rubiales y nervioso sentado una mañana de mayo en los bancos de Santiago, preguntando quién era aquella Virgen diminuta, “colega y competencia” de la Virgen de su madre; y siguió viendo a la Virgen cada mañana en Santiago hasta que se la llevaron con una tal “Santa María”.
Me gustó el Pregón de Eugenio, pero me gustó sobre todo esa parte en la que reconoció que la Virgen lo ha esperado en todos los momentos de su vida, en los buenos y en los malos. De ahí, concluye Eugenio –y concluye sabiamente– que la Virgen más que fuera –en la parafernalia romera– está dentro, en el corazón de sus hijos, en ese espacio recóndito en el que alientan las verdaderas emociones, las alegrías sin mentira, los recuerdos no empañados por el olvido. Y sí, debe estar presente la Virgen en cada momento de la vida de Eugenio porque gracias a Ella, cuando por primera vez obtuvo el “placet” paterno para hacer el camino de la madrugada hasta Guadalupe –en cada hito del caminos sus amigos le ensañaban los nombres ubetenses de los parajes, tipo “Arroyoladesa” y similares–, conoció a Ana. En este punto, humilde, debió romper alguno de los mitos que sus hijos tuviesen sobre él, pues reconoció que por mucho que haya galleado diciendo que en cuanto la vio dijo “esta rubia es para mí”, lo que en realidad pasó es que la Virgen le dijo a Ana “toma, ahí lo llevas, apáñatelas con él, que yo desde tan lejos poco puedo hacer”. ¿Sentó cabeza, a partir de esa Romería inaugural, el joven díscolo amante de Bob Dylan y de las ligadas en el Martos, el joven díscolo que parecía salido de una novela de Muñoz Molina? Pues debió sentarla, porque ahí lo teníamos en el escenario, hombre hecho y derecho y encorbatado, tímido al confesar los más íntimos secretos de su corazón, ahí lo teníamos reconociendo que fue su mujer la que lo empujó –en realidad su mujer le ordenó ser Secretario, pero él, en un prurito penúltimo de gallo no fue capaz de reconocer que aquí mandan las mujeres– a ser Secretario de la Archicofradía de la Virgen –“dile a Juan Luis que si vas a ser Secretario porque le debemos mucho a la Virgen”–. Con esta confesión cerraba Eugenio el círculo del aliento guadalupano en su vida: no hay nada casual en la presencia que la Virgen de Guadalupe ha tenido en el devenir de Eugenio, todo está hilado, todo trazado como un plano amoroso de la Virgen por su hijo. Y, agradecido por tanto bien derramado, Eugenio lo que quería anoche era contagiarnos su pasión por una Romería que por suerte no es “mediática, ni multitudinaria ni pija”.
…PARA ROMEROS SIN COMPLEJOS
Para entonces, yo ya estaba identificado con el discurso de Eugenio. Y llegados a este punto, ¿cómo no compartir su orgullosa reivindicación de esta Romería pequeña, íntima, que te permite sentarte casi al lado de la Virgen para darle las gracias o pedirle o para simplemente mirarla? ¿Cómo no coincidir con él en que en realidad siempre hemos estado mayores para ir haciendo el tonto y saltando rejas, porque la nuestra ha sido siempre una devoción de hombres que al llegar al Gavellar cuando rompe el día nos sentimos jóvenes sin necesidad de machadas estúpidas? ¿Cómo no coincidir con él cuando cantaba las virtudes de esta Romería sin banderamen de cofradías peregrinas de no sabemos cuántos lugares lejanos, de esta Romería sin polvos del camino, ni flautas ni tamboriles, ni famosos ni obispos, sin ríos en los que bañarse, sin guitarreo y sin lágrimas exageradas? ¿Cómo no hacer nuestras esas palabras emocionadas de Eugenio al recordar a Cristobillas, a su humilde pendón romero tan distinto de los fastuosos sinpecados de otras romerías de postín televisivo? ¿Cómo no darle la razón cuando hablaba del espanto que suponen esas romerías de muchos días de camino en las que al final se regresa a casa sin la Virgen, seguramente con el corazón tan vacío como las manos? (A estas alturas, el Pregón de Eugenio era ya mi pregón y sus palabras podían ser mías una a una.)
Eugenio Santa Bárbara aparentaba seguridad. Ya lo he dicho. Pero en el fondo el cosquilleo de las emociones hondas briseaba por encima del pellejillo de su corazón. Quería parecer distante, para sentirse más seguro, pero se nos hacía cercano porque sin remedio tenía que volver a su vida, a su vida con la Virgen, a la Virgen de su vida. Y sí, él está orgulloso por haber infundido en su hijo Jesús el encargo de venerar y custodiar a la Virgen de Guadalupe, que es –más o menos– el mismo encargo vital que a mi me gustaría dejarle a Manuel. Pero el pregonero es un hombre hábil –¡hasta saber escribir en ese endiablado lenguaje informático que es el html!–, y para que no se le quebrase la voz, porque también es lloroncete cuando se emociona, saltaba de su hijo a la fiesta romera: “a la Romería hay que ir a divertirse y pasarlo bien”. Claro, es que no se podía más que estar de acuerdo otra vez con él: ¿qué sentido tienen esas romerías a las que se va a pasar más penurias que una rata en un tirante, que diría Antonio del Castillo?, ¿qué sentido tienen esas romerías que son una fusta moral contra los romeros, un calvario, un vía crucis? Y aquí, Eugenio suelta una nueva andanada contra esas romerías donde la Virgen no es más que una excusa para los excesos, y esa andanada me transportó a mí a ese día feliz de romería en Santa Eulalia, tan lleno de amigos, de paseos de la mano de María Luisa para entrar a ver a la Virgen, tan pletóricos de fiesta mesurada. La nuestra es una Romería hecha con trozos de corazón, con recuerdos ensayados para la alegría, que no necesita parecerse a las romerías correctamente andaluzas. Por eso quien bebe del vaso de esa alegría repite siempre, porque en ella, como Eugenio supo expresar, hemos dejado momentos llenos, pletóricos de amor y de amigos, de encuentro con nosotros mismos.
LAS SOLEDADES DEL ROMERO
Y es que la Romería de la Virgen de Guadalupe también tiene, en medio de la fiesta, espacio para esa reflexión íntima, para la paz del alma. Y ahí está la soledad del romero cuando baja la cuesta camino del Gavellar, estremecido por “las almas de los que habitan en el Gavellar del cielo”. Y ahí está la emoción íntima, el íntimo temblor que provoca el entrar en el santuario y ver a la Virgen en su urna, rodeada de flores. Y ahí está la soledad –pese a que ya estamos rodeados por una multitud– que nos sacude cuando la Virgen sale para Úbeda en la media tarde, o cuando llega a la Torrenueva, momento en el que el pregonero descubrió que los que estamos en Úbeda de prestado somos nosotros, pese a que nuestra arrogancia nos lleva “a recibirla”, como si Ella no hubiese estado aquí desde hace muchos siglos, volviendo cada año, marcando el ritmo de las generaciones y de la tradición, como si no fuésemos nosotros los que pasamos mientras se queda la devoción de Úbeda a su Virgen de Guadalupe.
ALTO Y CLARO
Después de ese contenido apasionamiento por su Virgen del Gavellar, Eugenio se sintió en la obligación de explicar que no es alguien que idolatre un trozo de madera. “Hay que ser prácticos” sentenció, y por eso, lo mismo que mira las fotos de su mujer y de sus hijos cuando está solo en una habitación de hotel, lejos de ellos, mira la imagen de la Chiquitilla y le susurra y le habla, para que no esté lejos, para que convoque dentro de él la presencia de lo que invoca, y más aún para que nos acerque “al Jefe”, que es ese Niño Jesús pequeño y cobijado en el pecho de su Madre. Es Él el que nos exige valentía a la hora de reclamarnos como cristianos. Por eso, la llegada de la Virgen es fiesta, bálsamo y consuelo, pero sobre es explosión de una fe compleja que abarca desde las más sesudas reflexiones teológicas hasta la sencilla religiosidad popular. Es valiente Eugenio: exigió el derecho que cada uno tenemos de acercarnos a la Virgen de Guadalupe como Dios nos de a entender, y directamente pidió a la jerarquía, representada por el Arcipreste, que no mire por encima del hombro las expresiones fecundas de la religiosidad popular, que las proteja y las ampare y las respete y las cuide, porque son muchos los que han logrado llegar a la fe a través de esas procesiones, de esas romerías, de esas promesas tan poco comprendidas por la Iglesia oficial. La crítica de fondo a la Iglesia está llena, en el caso de Eugenio Santa Bárbara, de compromiso. Y la valentía de sus palabras es el coraje mismo de un cristiano al que le duele la Iglesia.
Lanzado ya en eso de la crítica, dice que se va a morder la lengua al hablar de algo inevitable cuando se habla de la Virgen de Guadalupe: la iglesia de Santa María. Comedido: no dice ni una de las muchas barbaridades que la vieja colegiata se han cometido, pagadas por la Junta de Andalucía y consentidas por el Obispado, pero no deja sin enumerar ni una de ellas: el dinero dilapidado, la nueva imagen del templo que en nada se parece al de 1983, el destrozo de su patrimonio o de la capilla de Jesús… (Al oírlo, yo escribí en la libretita donde tomaba notas “olé, olé y olé. Qué repaso, qué elegancia”.) Pero dice que no va a hablar de Santa María, que en este tema lo mejor es hacer lo que hemos siempre los ubetenses y que tan bien se nos da: mirar para otro lado. Santa María fue el trueno gordo de la traca del Pregón, tan vivaz, tan intenso, tan evocador.
SIMPLEMENTE GRACIAS
…”Siempre hay un de nuevo”: Eugenio ponía fin a su Pregón de la Romería dejándonos claro que esta fiesta grande de la Virgen de Guadalupe es ese “de nuevo” que necesitan nuestras almas… De nuevo el tiempo que vuelve… De nuevo la vida que vuelve… De nuevo la Virgen que vuelve “y nosotros estaremos allí emocionados para gritar VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE”, clamó sin efusiones, con la contención de un hombre entero, Eugenio Santa Bárbara al terminar su Pregón. (Palmas, la Hermana Mayor de la Archicofradía –una mujer digna de elogio, buena– que le entrega el reconocimiento, un precioso farol de la Virgen. Entonces yo, me levanté y me fui: en el patio estaban Marcos y su familia –a los que tanto apreciamos–, Paco Luis –otro hombre bueno al que apreciamos no menos que a Marcos–: charlamos mientras salíamos, por la lonja de Santiago, hacia la calle Nueva. Era de noche y creo que en la vieja capilla del Hospital se quedaron cantando por aires romeros. Camino de mi casa me pregunta si el Pregón de Eugenio había sido bueno o malo, pero no podría decirlo porque yo nunca había asistido a un Pregón de la Romería: lo único cierto que tenía es que el Pregón se había clavado en el fondo de mis memorias de romero. Estaba feliz de haber ido: la crónica ya no tenía que ser un procurar, por la cuenta que me trae, dejar en buen lugar a Eugenio: la crónica del Pregón era, es, simplemente, una manera tal vez demasiado extensa de darle las gracias a un amigo.)
Extraordinario texto literario para glosar un no menos extraordinario pregón. Enhorabuena a la cofradía de la Virgen de todos los ubetenses por esta página que nos acerca a nuestra patrona a los ubetenses que no tenemos la suerte de vivir en Úbeda.
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