A quienes han partido de mi vida y dejaron lo mejor de ellos en mi.
En especial a mis abuelos María Antonia, Pedro, Encarna y Tomás;
y a mis tíos Antonio y Ginesa.
ORACIÓN DE SAN EFRÉN DE SIRIA
DOCTOR DE LA IGLESIA. 306-373,
18 DE JUNIO
Mi santísima Señora, Madre de Dios, llena de gracia, tú eres la gloria de nuestra naturaleza, el canal de todos los bienes, la reina de todas las cosas después de la Trinidad..., la mediadora del mundo después del Mediador; tú eres el puente misterioso que une la tierra con el cielo, la llave que nos abre las puertas del paraíso, nuestra abogada, nuestra mediadora. Mira mi fe, mira mis piadosos anhelos y acuérdate de tu misericordia y de tu poder. Madre de Aquel que es el único misericordioso y bueno, acoge mi alma en mi miseria y, por tu mediación, hazla digna de estar un día a la diestra de tu único Hijo.
* * *
Otra vez ante ti, Guadalupe.
Apenas había terminado de recibirte la tarde de aquel inolvidable y emotivo de mayo, y ya sentía que empezabas a irte y que el día de la despedida llegaría más pronto que tarde.
Aunque hoy también nos convocaste temprano, bien sabes que la vuelta al Santuario no se parecerá a tu llegada a la ciudad “capitana de vientos y olivas”.
Hoy las carrozas, jinetes y cabalgaduras cederán su espacio a los romeros, ubetenses y devotos que quieren acompañarte hasta la intimidad de tu sencillo y acogedor santuario. De nuevo, volveremos a sentirnos privilegiados, por unas horas, al ser la escolta de la Madre de los Cielos.
OTRA VISITA QUE TERMINA
Como todo en la vida; como la propia definición de la vida; todo lo que empieza termina.
Tu llegada a la Ciudad del Renacimiento fue entre vivas, alegría, cantos y fiesta.
Ahora tu partida será sencilla, recogida y llena de la intimidad de un paseo matutino por los caminos serenos del amanecer.
Dejas la complejidad de la ciudad y vuelves a la sencillez en tu traje de romera.
Vuelves a pedirnos que valoremos el silencio, la quietud, la tranquilidad y la paz.
¿Sabremos en este tiempo en el que te ausentarás despojarnos de tanta superficialidad y vanidad?
En unos instantes comenzaras el camino que pone fin a tu estancia en la ciudad de “campanarios y torres altivas”.
Y vas de vuelta. Atrás quedaron horas de oraciones y rezos; momentos de ofrendas; compromisos para toda la vida; despedidas para encontrarse con el Padre…
Seguro que te llevaras guardado, en los vueltos de tu corazón de madre, tantas preocupaciones y peticiones de madres pendientes de sus hijos; pero también tengo seguro que la gratitud, de otras tantas, que pusieron sus inquietudes en tus manos, de Mediadora Universal, y que luego más tarde vieron resueltas.
Has sido durante estos meses testigo extraordinaria del palpitar de anhelos de las gentes de la antigua ciudad. Ahora te llevas en la retina del corazón grabada la devoción de cuantos te hemos buscado; has recorrido con nosotros los callejones sombríos de nuestra alma. Todas nuestras pasiones e inquietudes se marchan contigo en busca del refugio y el silencio que necesitan; y que tú custodiaras en el duro invierno, a la espera de que volvamos a ti para recuperarlas en una primavera de Esperanza.
TRAS LA MARCHA, EL RECUERDO.
Recuerdo este día de un modo especial. De pequeño, cuando acudía con mis padres, fuera quien fuera el privilegiado en despedirte y dijera lo que dijera, siempre nacían en mis ojos las lágrimas de la tristeza por una despedida que no llegaba a entender. ¿Por qué se tenían que llevar a la Virgen que iba a ver a diario a la Trinidad? Seguro que era cosa de los mayores.
Hoy, esta claro, que ya no pienso igual: ni discuto el motivo de tu partida; ni mucho menos, pienso que la despedida tenga que significar tristeza.
Nos equivocamos queriendo resaltar la parte negativa de las cosas, que si no existe, nos la inventamos. ¡Lo que nos gusta complicar las cosas!
Pensamos que la marcha de alguien es el final, que todo termina, que el olvido se apodera de su recuerdo y lo diluye en el océano de nuestros pensamientos. Pero no es así. Tras la partida nace un nuevo sentimiento que se alimenta de todo cuanto vivimos, compartimos, aprendimos, recibimos, sentimos,…
Ahora Tú te vas y no encuentro motivo alguno para aquella tristeza de mi niñez. Al contrario. Desde el momento en que salías por la Puerta de los Carpinteros de San Pablo, ya comenzaba a tejer una retahíla de vivencias y sentimientos que quitaban de mi cabeza cualquier atisbo de pesar o lamento.
Me reconforta sentir, en lo más profundo que, como madre, siempre estarás, que nada ni nadie harán que te olvides de mí; y, por supuesto, que nada ni nadie podrán hacer que me olvide de ti. ¿Qué madre olvida a su hijo? ¿Qué hijo puede olvidar a su madre?
El paso de quienes nos quieren y nos rodean, marca nuestras vidas con surcos profundos donde queda lo mejor de cada uno de ellos y sirve de bálsamo para que cuando ya no estén con nosotros, su ausencia sea algo más dulce y mucho más llevadera; y así, al emprender de nuevo el camino, sintamos su protección en los momentos difíciles y, con el recuerdo, el aliento necesario para continuar caminando.
REINA DE NUESTRA ALMA
Te acompañaremos en tu alegre caminar, ligero y agradecido hasta llegar al Arroyo de la Dehesa. De nuevo, la parte más dura se presenta al final del camino. Pero esta vez, el fresco de la mañana, impregnado de tú esperanza, aliviará el esfuerzo realizado para coronar la empinada cuesta, que nos lleva hasta la Aldea.
Tú casa te aguarda, y a ella llegas. Pero sabes bien, Guadalupe, que nunca llegaste a salir de la casa ubicada en el corazón de cada uno de los ubetenses que te sienten como reina y madre. Porque te quedaste allí instalada en aquel primer encuentro, en aquel día que te presentaste en nuestras vidas, para no marchar jamás.
Tras descender la dificultosa cuesta, te quedarás en el santuario. Y al marcharme sabré que no vuelvo sólo, porque sentiré conmigo a “una Virgen que llevo en el alma”.
LA VUELTA SIN TI
Más tarde, cuando volvamos a estos cerros, por los que muchos dicen irse, deberemos de aferrarnos a la enseñanza que nos has transmitido, en estos meses de convivencia entre nosotros.
Retomaremos los quehaceres diarios. Y yo volveré a verte pequeñita, en la capilla que mi madre, hace muchos años me regaló, y que siempre me ha acompañado y ocupa un lugar privilegiado en mi hogar, desde que no respiro, a diario, los aires de estas lomas.
Recuerda que pienso que la casualidad no existe y que todo tiene una razón de ser. Llegaste a nosotros el día que celebrábamos de forma especial a la madre. Y, hoy, te marchas en el día que recordamos el inefable amor que profesaste a tu Hijo, y por extensión a todos nosotros. La madre, siempre la madre.
Ahora me doy cuenta que no hago más que terminar de anotar y pasar, del libro de tu historia, la página de tu estancia entre nosotros. Y, esto, dejará paso a la redacción de otra nueva página que otro enamorado de ti, comenzará a escribir con tu llegada a primeros de mayo.
Te vas, pero te quedas. Te marchas, y ya has vuelto.
Viva la Virgen de Guadalupe!
¡Viva la madre de los ubetenses!
¡Viva la chiquitilla del Gavellar!
¡Viva la Madre de Dios!
Pedro Ángel López Barella